jueves, 9 de octubre de 2008

CURSO 2008-2009



El lector del que espero algo debe tener tres cualidades: debe ser tranquilo y leer sin prisa, no debe hacer intervenir constantemente su persona y su "cultura" y no tiene derecho a esperar -casi como resultado- proyectos, programas o soluciones. Estos apuntes van destinados a quienes todavía no se han acostumbrado a establecer el valor de todas las cosas en función del ahorro o de la pérdida de tiempo, a quienes todavía no han olvidado pensar y todavía conocen el secreto de leer entre líneas y a los que siguen reflex­ionando sobre lo que han leído, tal vez mucho después de haber dejado el libro...o sea ¡a pocos hombres!
Este lector debe romper en primer lugar con el oído, sentido privilegiado en nuestra Universidad. Si alguien quisiera conocer la vida de nuestras universidades preguntaría "¿De qué modo entran en relación vuestros estudiantes con la universidad?". Nosotros respondemos "A través del oído, como oyentes". "¿Sólo a través del oído?" Vuelve a preguntar. "Sólo a través del oído". Volvemos a responder. El estudiante escucha, siempre está escuchando y con bastante frecuencia el estudiante escribe también mientras escucha. Esos son los momentos en que está unido al cordón umbilical de la universidad. Ese es el método "acromático" de enseñanza.
Por su parte, el profesor habla a esos estudiantes que escuchan. Lo que piensa y hace en otros momentos está separado por un inmenso abismo de la percepción del estudiante. Muchas veces el profesor lee mientras habla. En general, quiere tener el mayor número posible de oyentes de esa clase; en caso de necesidad, se contenta con pocos, y casi nunca se dirige a uno solo. Una sola boca que habla y muchísimos oídos, con un número menor de manos que escriben: tal es el aparato académico exterior, tal es la máquina cultural universitaria, puesta en funcionamiento. Por lo demás aquél al que pertenece esa boca está separado y es independiente de aquéllos a quienes pertenecen los numerosos oídos. Por otro lado, el profesor puede decir prácticamente lo que quiere, mientras que el estudiante puede escuchar prácticamente lo que quiere: sólo que a cierta distancia y con cierta actitud anhelosa de espectador, está el Estado, para recordar de vez en cuando que él es el objetivo, el fin y la suma de ese extraño procedimiento consistente en hablar y en escuchar.
Así, por un extraño procedimiento la cultura pasa de la boca al oído. Efectivamente, hoy los estudiantes están tan habituados a escuchar que suelen vengarse de eso contra aquéllos a los que sólo pueden escuchar. Según su costumbre, llevan por todas partes la imagen del auditorio, y la necesidad de vengarse de esa enseñanza que es la única que está a su disposición. De ese modo, saben de hecho no sólo que su personalidad está reprimida, y casi esquematizada, sino también que está frustada la tendencia más noble, es decir, su sed de cultura. Una insatisfacción eterna los entristece, los atormenta y, por último, los instiga contra aquellos de quienes esperaban un alimento personal, en lugar de lo cual reciben solamente palabras impersonales, frías, pronunciadas en general ante su auditorio. Por eso, en la universidad suelen ser enormemente raros e insuficientes el respeto y la confianza hacia quien aprende, o sea la única atmósfera fecunda y unificadora entre viejos y jóvenes, entre profesores y discípulos. El hecho de que nuestros estudiantes están condenados a escuchar, de que sólo se los tenga en cuenta como oyentes, les lleva a observar la universidad desde un punto de vista externo, ajeno al tumulto del presente, con sentimientos semejantes a aquéllos con que se observa un puerto tranquilo, de aguas plácidas un día de tempestad y huracán, cuando las luces del faro amenazan con apagarse.


Tomado (libremente) de Friedrich NIETZSCHE, Ueber die Zukunft unserer Bildungsanstalten, [existe traducción española de Carlos Manzano, Sobre el porvenir de nuestras escuelas, Tusquets, Barcelona, 1980].