miércoles, 24 de octubre de 2007


NOTA: Estoy muy contento con el nivel de comentarios que estáis realizando, seguid en el mismo camino, voy a tratar de colgar el blog en la página de la facultad para que todos los alumnos puedan ver vuestro nivel.

Os aconsejo también un libro "Estética después del fin del arte, en sayos sobre Arthur Danto", ed. la balsa de la medusa, Madrid, 2005. Tomo un párrafo del artículo de Francisca Pérez Carreño (pp.209-212):

"Según la filosofía del arte de Arthur Danto, una obra de arte es un signo que encarna su significado, es decir, debe ser sobre algo y debe encarnar aquello sobre lo que es, las dos condiciones necesarias -aunque seguramente no suficientes- de lo artístico. Además, un símbolo encarnado "transfigura" el objeto que es vehículo del significado provocando un efecto, una peculiar visión del objeto y del mundo en el intérprete... El arte nos hace ver los objetos del mundo, y los materiales, los colores, las formas que la obra posee en cuanto mero objeto del mundo, de manera distinta. No es que percibamos los mismos objetos bajo diferentes conceptos, o bajo un aspecto diferente, en el sentido wittgensteiniano de verlos como algo distinto, sino que los percibimos transfigurados, sin dejar de ser lo que son pero al mismo tiempo arrojando una luz diferente, dejándose ver de un modo nuevo, con una fuerza diferente, impresionándonos de distinta manera".


En mi opinión, cuando nos enfrentamos a una obra de arte, la interpretación que hacemos transfigura el objeto ante el que estamos en obra de arte, esa interpretación ha de ser artística, y por ello, lo que da la categoría de arte al objeto no es el objeto mismo sino la interpretación que lo transfigura en objeto de arte.



Espero vuestros comentarios inteligentes


domingo, 14 de octubre de 2007

OS DEJO AQUÍ LA EXPERIENCIA DE MARIA DEL CARMEN


Molina Barea, María del Carmen


v EXPERIENCIA ESTÉTICA v

La elaboración de mi experiencia estética se concreta en la elección y comentario de tres secuencias fílmicas extraídas de un mismo largometraje, que lleva por título "Orgullo y Prejuicio" y cuyos datos básicos de interés paso a señalar a continuación:

Título original: Pride and prejudice. Año: 2005.
Director: Joe Wright. Productor: Paul Webster.
Intérpretes principales: Keira Knightley, Matthew Macfayden.
Director de fotografía: Roman Osin.
Banda Sonora: Compuesta por Dario Marianelli. Interpretada al piano por Jean-Yves Thibaudet junto con The English Chamber Orchestra.
Nominaciones a los Oscar: mejor actriz principal, mejor dirección artística, mejor banda sonora original, mejor vestuario.
Basada en la novela del mismo título escrita por Jane Austen.

Se trata, en concreto, de varios momentos de la vida de la joven Lizzie Bennet, protagonista de la historia, acompañados del contexto narrativo en el que dichos pasajes se encuadran. El aspecto que mantienen en común estas escenas en relación con mi sentir estético es un resultado perceptivo que yo he interpretado como emoción; una emoción cautivadora que desde mi punto de vista se debe a dos factores fundamentales, los cuales operan en mí ante la visualización de las imágenes seleccionadas, precipitando la experimentación de un estado emocional específico. En un primer lugar se encuentran los motivos más evidentes y directos en la participación de la experiencia, que son aquellos vinculados con la configuración formal de la película; es decir, los relacionados con el montaje y dirección artística, como el juego de planos, el movimiento de la cámara, la iluminación y colorido, el ambiente espacial en el que se desarrolla la secuencia, y por supuesto la música. Y por otro lado, otros motivos que parten de forma más particular de mi implicación personal con lo que estoy viendo, y que serían tres, a saber: primero, el substrato informativo que yo como espectadora del film he ido acumulando acerca de la forma de ser de la protagonista, de sus relaciones con sus conocidos, sus preocupaciones y anhelos, la implicación del orgullo y los prejuicios personales y sociales, a parte del resto de circunstancias derivadas; aspectos que, al ser yo conocedora de los mismos, me influyen emotivamente cuando contemplo una de las escenas en particular, pues soy consciente del momento personal en el que se encuentran los personajes, los sufrimientos que están pasando, sus inquietudes, etc. Junto a esto considero también mi vinculación estrictamente personal con determinados elementos proyectados en la imagen; algunos que me evocan acontecimientos vividos por mí misma, que me traen a la memoria personas conocidas, situaciones experimentadas…, además de otros relacionados con gustos subjetivos, como es el paisaje inglés, la época histórica, mi interés por la autora y lo que su obra representa, la conexión que en cuanto a algunos puntos conozco con respecto al carácter de la protagonista, entre otros. Y como último factor por considerar, supongo que también intervienen asociaciones psicológicas más o menos percibidas conscientemente que, estando relacionadas con la íntima intuición y los estímulos más subyacentes, contribuyen a incrementar mi emoción ante las escenas que contemplo, puesto que dejo de ser un receptor pasivo de lo que veo y me involucro mucho más todavía.
Así, distingo dos tipos de desencadenantes de mi experiencia estética personal: los primeros, relativos a los caracteres formales de la imagen, que son elementos estéticamente satisfactorios para mí y que he calificado como motivos de “emoción estética”, y los segundos, de gran capacidad evocadora e influyentes en un campo más íntimo y sentimental de mi persona, que me obligan a la intervención particular y directa; los cuales defino como componentes de una “emoción sentimental”. La conjunción de ambas “vertientes” se erige como la razón final desencadenante de mi experiencia emocional.

La primera escena se localiza en un hermoso paraje del condado inglés de Derbyshire, en Peak District, a donde la protagonista viaja junto con sus tíos con el objeto de alejarse durante un tiempo de los problemas familiares en el hogar y de buscar una respuesta a la crisis interna que hace tambalear su férreo carácter –todo ello motivado por el ego personal y los prejuicios que tiene hacia el señor Darcy, quien será por cierto su futuro marido-. Las cuestiones formales de la secuencia son muy influyentes: el contraste de los planos cortos y muy cercanos que juegan con uno largo y muy abierto, el cual abraza el magnífico paisaje que se filtra por medio del suave movimiento de cámara es muy sutil y sugerente; todo ello acompasado por la emotiva melodía que contribuye a crear un contexto ideal para la captación de la figura de la protagonista, alzada sobre una roca que domina un acantilado en una impresionante ubicación. La comunicación personal con las imágenes se establece al ser yo consciente de la actitud de ella, al conocer sus sentimientos de desazón e inquietud; los cuales se hacen evidentes en el último plano que cierra el conjunto de escenas y que muestra el rostro de la joven. Por su parte, la segunda muestra fílmica recoge la visita que la joven hace a una galería de esculturas en el palacete de Pemberley, residencia del señor Darcy. La blanca luminosidad fundida con las esculturas neoclásicas habla de pureza material, serenidad y sensualidad; y el fragmento musical casa a la perfección con el encadenamiento de originales planos, así como con el espíritu de la escena. Lizzie asiste por primera vez a la contemplación de una obra de arte, y sus reacciones de asombro, curiosidad e interés hacen que particularmente me interese por lo que está pasando por su mente en esos momentos. La conclusión de las imágenes se lleva a cabo cuando ella queda paralizada frente al busto marmóreo del dueño de la casa, expuesto entre el resto de obras; es entonces cuando su emoción se hace palpable: ella se acaba de dar finalmente cuenta del afecto que siente por aquella persona, y que sus prejuicios habían intentado ocultar creando una visión errónea de su auténtico carácter. Para concluir, en relación con la tercera secuencia, tengo que volver a hacer hincapié en el paisaje –un jardín inglés típicamente romántico- pero también en el colorido y en la luz, puesto que se trata de una escena que se desarrolla antes del amanecer y que se mueve en cierta penumbra, lo cual se adecua bastante bien al ánimo de la joven Bennet; quien, al no poder conciliar el sueño, sale a pasear sin imaginar que iba a salir a su encuentro el señor Darcy. Se trata de un instante intenso, de reconciliación y de plena sinceridad entre ambos, en el que ella ya ha tomado su decisión de aceptarle tal y como es y de reconocer el error que había cometido cegada por su orgullo y conducida por los prejuicios propios y por los que le inculcaban los demás. El relato melódico es el mismo que el que acompañaba la primera secuencia, pero funciona igualmente bien, de tal modo que si se vieran las imágenes sin volumen alguno, la percepción se vería muy afectada y perdería buena parte de su efecto sobre el espectador.

Con esta visión general de los elementos elegidos para la actividad, que espero haber transmitido breve pero coherentemente, doy fin a la explicación de mi experiencia estética, la cual confío que haya resultado, si no interesante, por lo menos sugerente.

martes, 9 de octubre de 2007

Continente y contenido: la función del Museo en la actualidad

Siempre me ha llamado la atención una frase de Adorno en su libro “Prismas: la crítica de la cultura y la sociedad, Ariel, 1962, p. 187; “Los museos son como los sepulcros familiares de las obras de arte. Dan testimonio de la neutralización de la cultura”. Esta frase me parecía excesiva, exagerada y creo que debida al contexto en el que se encontraba. En el libro Adorno pone en confrontación dos maneras de entender el museo: la visión del poeta Paul Valèry, se oponía al del ensayista y novelista Marcel Proust. El primero representa la visión de que el museo es el lugar en el que ejectuamos (no en sentido de acción o desempeño con arte de algo, sino de dar muerte a un reo) al arte del pasado, museo y mausoleo en esta concepción están unidos, por algo más que por una asociación fonética. Según esta visión el museo es un lugar de “reificación y caos”, esta es la visión del productor del arte. Proust más trascendental, más espiritual ve el museo desde el privilegiado punto del espectador, el museo es el lugar de la recreación o reanimación fantasmagórica (idealización de la espiritualidad de la época) en un teatro especial donde no reina el caos (Valèry), sino la competición entre las obras, entre la belleza en libertad como prueba de la verdad de lo bello.La situación actual de la creación artística nos hace pensar que, posiblemente por primera vez en la historia de la cultura, no existe un lugar concreto para el arte. La belleza y la inteligencia que conforman, en un núcleo de sentido y sentimiento, lo que conocemos vulgarmente como “obra de arte”, se han fragmentado, multiplicado y diversificado. El artista de hoy, el artista que trabaja tal vez pensando excesivamente en el paso de un tiempo que nunca será el suyo, ya no cree que el viejo museo sea el lugar idóneo para que su obra se muestre y se conserve. No solamente me refiero, como muchos pueden pensar, al confuso futuro de disciplinas como la instalación, la performance, el videoarte o cualquier planteamiento virtual o multimedia, sino a obras que se plantean sin las fronteras metodológicas y estrictamente formales del museo. Ya no parece que el arte pueda habitar un lugar concreto. Hal Foster insiste en su libro “diseño y delito”, Akal, 2004 en una tesis radical: la Bauhaus transgredió los antiguos órdenes del arte, pero al hacerlo también promovió la nueva soberanía del diseño capitalista, la nueva economía política del signo mercantilizado. Y una de las cosas en que este libro insiste es en que esta economía política domina ahora las instituciones sociales y culturales (p. 81). El pone el ejemplo del museo Guggenheim el buque insignia de los museos contemporáneos y donde mejor se reconcilia esas dos hipótesosis de Benjamin y Malraux uno la reproducibilidad destruye la obra, otro la engrandece al reproducirla en todo tiempo y lugar, para él el Guggenheim reconcilia perversamente esta oposición dialéctica, por un lado el museo virtual sin muros, se ha convertido en realidad con el museo electrónico (museo on line), por otro el museo se convierte en cine en un fluir cinemáticamente o manar como página web (p.157).