
Al habitar, al vivir y ocupar los lugares, los seres humanos seguían usando códigos corporales: desplazarse, orientarse, encontrar huellas de referencia, oler, visualizar el horizonte etc. El vivir, el existir ocurría en un cuerpo que era espacio habitado, el cual interaccionaba con el mundo, acumulando una experiencia relacional en la que mediaban todos sus sentidos en una dimensión espacio-temporal dominada por él. Su espacio se convertía en lugar experimentado como entorno concreto, determinado por límites o umbrales, marcado por caminos, encrucijadas, jalones o flujos y ordenado por intervalos o tiempos contrastados y concretos. Esos lugares ya establecidos en nuestra experiencia se recibían como tales o se legaban a las posteriores generaciones según la experiencia corporal que se tenían de ellos. Esos espacios, se fijaban como símbolos o representaciones de la ciudad que habitábamos, y se heredaban o transmitían, junto con el lenguaje; es decir, el “ser de un lugar” y la “experiencia de vivirlo” no quedaba sólo determinado por las palabras o las imágenes sino que tenían que ser, como ya hemos apuntado antes, recorridos, percibidos, tocados, olfateados, retenidos en la memoria visual, reconocidos, en suma, a través del cuerpo.
Todo esto ha cambiado con la tecnología,las nuevas formas de movilidad y de transporte de las sociedades tecnológicas generan una nueva percepción de la ciudad, una nueva ciudad que afecta el comportamiento afectivo de los individuos.La enorme rapidez de los cambios científicos y tecnológicos y su cada vez mayor influencia en la vida cotidiana ha provocado desajustes en todas las sociedades: se ha generado lo que podríamos llamar una "sociedad a dos velocidades" dividida entre los que pueden seguir el ritmo de los cambios y los que por edad o por falta de medios no pueden adaptarse y quedan marginados del resto de la sociedad.
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