lunes, 2 de noviembre de 2009

LA OBRA DE ARTE EN LA EPOCA DE LA REPRODUCTIBILIDAD TÉCNICA


Este artículo ya citado numerosas veces en clase es un símbolo para el arte contemporáneo. Benjamin adelantó la modificación que las nuevas tecnologías ejercían sobre el arte. Mirar el enlace y leerlo, formará parte de los contenidos del examen.


http://www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/Benjamin1.pdf
Espero vuestros comentarios sobre este artículo.
Os adjunto otro artículo sobre Benjamin

miércoles, 7 de octubre de 2009

SI EL ARTE HA MUERTO ¿QUÉ ES EL ARTE?


Aquí os mando el enlace de una revista on line de estética y teoría de las artes. El artículo que en ella encontrareis llena la primera parte del temario explicada. Espero que lo leais. Espero comentarios. http://www.institucional.us.es/fedro/
ESTE ES EL ENLACE DEL ARTÍCULO

jueves, 1 de octubre de 2009

Experiencia Estética: La magdalena de Proust


"Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. E1 brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta, cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es justamente el país oscuro por donde ha de buscar, sin que la sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No sólo buscar, crear. Se encuentra ante una cosa que todavía no existe y a la que ella sola puede dar realidad y entrarla en el campo de su visión. Y otra vez me pregunto: ¿Cuál puede ser ese desconocido estado que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las restantes realidades? Intento hacerle aparecer de nuevo. Vuelvo con el pensamiento al instante en que tomé la primera cucharada de té. Y me encuentro con el mismo estado, sin ninguna claridad nueva. Pido a mi alma un esfuerzo más, que me traiga otra vez la sensación fugitiva. Y para que nada la estorbe en ese arranque con que va a probar a captarla, aparto de mí todo obstáculo, toda idea extraña, y protejo mis oídos y mi atención contra los ruidos de la habitación vecina. Pero como siento que se me cansa el alma sin lograr nada, ahora la fuerzo, por el contrario, a esa distracción que antes le negaba, a pensar en otra cosa, a reponerse antes de la tentativa suprema. Y luego, por segunda vez, hago el vacío frente a ella, vuelvo a ponerla cara a cara con el sabor aún reciente del primer trago de té y siento estremecerse en mí algo que se agita, que quiere elevarse; algo que acaba de perder anda a una gran profundidad, no sé el qué, pero que va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las distancias que va atravesando.Indudablemente, lo que así palpita dentro de mi ser será la imagen y el recuerdo visual que, enlazado al sabor aquel, intenta seguirle hasta llegar a mí. Pero lucha muy lejos, y muy confusamente; apenas si distingo el reflejo neutro en que se confunde el inaprehensible torbellino de los colores que se agitan; pero no puedo discernir la forma, y pedirle, como a único intérprete posible, que me traduzca el testimonio de su contemporáneo, de su inseparable compañero el sabor, y que me enseñe de qué circunstancia particular y de qué época del pasado se trata.¿Llegará hasta la superficie de mi conciencia clara ese recuerdo, ese instante antiguo que la atracción de un instante idéntico ha ido a solicitar tan lejos, a conmover y alzar en el fondo de mi ser? No sé. Ya no siento nada, se ha parado, quizá desciende otra vez, quién sabe si tornará a subir desde lo hondo de su noche. Hay que volver a empezar una y diez veces, hay que inclinarse en su busca. Y cada vez esa cobardía que nos aparta de todo trabajo dificultoso y de toda obra importante, me aconseja que deje eso y que me beba el té pensando sencillamente en mis preocupaciones de hoy y en mis deseos de mañana, que se dejan rumiar sin esfuerzo.Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdelena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria, no sobrevive nada y todo se va disgregando! ¡Las formas externas también aquélla tan grasamente sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos, adormecidas o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdelena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el porqué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té."

Marcel Proust, (Por el camino de Swann) En Busca del tiempo perdido.

sábado, 26 de septiembre de 2009

CURSO 2009-2010




Empezamos un nuevo curso, os doy la bienvenida y os dejo para su lectura un texto de Nietzsche que como dice debe ser el prefacio que debe leer cualquier alumno universitario antes de comenzar el curso. Espero vuestros comentarios

El futuro de la Universidad: valor cultural y relación con el arte.



PREFACIO QUE DEBE LEERSE ANTES DE INICIAR UN CURSO DE FILOSOFIA

El lector del que espero algo debe tener tres cualidades: debe ser tranquilo y leer sin prisa, no debe hacer intervenir constantemente su persona y su "cultura" y no tiene derecho a esperar -casi como resultado- proyectos, programas o soluciones. Estos apuntes van destinados a quienes todavía no se han acostumbrado a establecer el valor de todas las cosas en función del ahorro o de la pérdida de tiempo, a quienes todavía no han olvidado pensar y todavía conocen el secreto de leer entre líneas y a los que siguen reflex­ionando sobre lo que han leído, tal vez mucho después de haber dejado el libro...o sea ¡a pocos hombres!
Este lector debe romper en primer lugar con el oído, sentido privilegiado en nuestra Universidad. Si alguien quisiera conocer la vida de nuestras universidades preguntaría "¿De qué modo entran en relación vuestros estudiantes con la universidad?". Nosotros respondemos "A través del oído, como oyentes". "¿Sólo a través del oído?" Vuelve a preguntar. "Sólo a través del oído". Volvemos a responder. El estudiante escucha, siempre está escuchando y con bastante frecuencia el estudiante escribe también mientras escucha. Esos son los momentos en que está unido al cordón umbilical de la universidad. Ese es el método "acromático" de enseñanza.
Por su parte, el profesor habla a esos estudiantes que escuchan. Lo que piensa y hace en otros momentos está separado por un inmenso abismo de la percepción del estudiante. Muchas veces el profesor lee mientras habla. En general, quiere tener el mayor número posible de oyentes de esa clase; en caso de necesidad, se contenta con pocos, y casi nunca se dirige a uno solo. Una sola boca que habla y muchísimos oídos, con un número menor de manos que escriben: tal es el aparato académico exterior, tal es la máquina cultural universitaria, puesta en funcionamiento. Por lo demás aquél al que pertenece esa boca está separado y es independiente de aquéllos a quienes pertenecen los numerosos oídos. Por otro lado, el profesor puede decir prácticamente lo que quiere, mientras que el estudiante puede escuchar prácticamente lo que quiere: sólo que a cierta distancia y con cierta actitud anhelosa de espectador, está el Estado, para recordar de vez en cuando que él es el objetivo, el fin y la suma de ese extraño procedimiento consistente en hablar y en escuchar.
Así, por un extraño procedimiento la cultura pasa de la boca al oído. Efectivamente, hoy los estudiantes están tan habituados a escuchar que suelen vengarse de eso contra aquéllos a los que sólo pueden escuchar. Según su costumbre, llevan por todas partes la imagen del auditorio, y la necesidad de vengarse de esa enseñanza que es la única que está a su disposición. De ese modo, saben de hecho no sólo que su personalidad está reprimida, y casi esquematizada, sino también que está frustada la tendencia más noble, es decir, su sed de cultura. Una insatisfacción eterna los entristece, los atormenta y, por último, los instiga contra aquellos de quienes esperaban un alimento personal, en lugar de lo cual reciben solamente palabras impersonales, frías, pronunciadas en general ante su auditorio. Por eso, en la universidad suelen ser enormemente raros e insuficientes el respeto y la confianza hacia quien aprende, o sea la única atmósfera fecunda y unificadora entre viejos y jóvenes, entre profesores y discípulos. El hecho de que nuestros estudiantes están condenados a escuchar, de que sólo se los tenga en cuenta como oyentes, les lleva a observar la universidad desde un punto de vista externo, ajeno al tumulto del presente, con sentimientos semejantes a aquéllos con que se observa un puerto tranquilo, de aguas plácidas un día de tempestad y huracán, cuando las luces del faro amenazan con apagarse.


Tomado (libremente) de Friedrich NIETZSCHE, Ueber die Zukunft unserer Bildungsanstalten, [existe traducción española de Carlos Manzano, Sobre el porvenir de nuestras escuelas, Tusquets, Barcelona, 1980].