jueves, 1 de octubre de 2009

Experiencia Estética: La magdalena de Proust


"Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. E1 brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta, cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es justamente el país oscuro por donde ha de buscar, sin que la sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No sólo buscar, crear. Se encuentra ante una cosa que todavía no existe y a la que ella sola puede dar realidad y entrarla en el campo de su visión. Y otra vez me pregunto: ¿Cuál puede ser ese desconocido estado que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las restantes realidades? Intento hacerle aparecer de nuevo. Vuelvo con el pensamiento al instante en que tomé la primera cucharada de té. Y me encuentro con el mismo estado, sin ninguna claridad nueva. Pido a mi alma un esfuerzo más, que me traiga otra vez la sensación fugitiva. Y para que nada la estorbe en ese arranque con que va a probar a captarla, aparto de mí todo obstáculo, toda idea extraña, y protejo mis oídos y mi atención contra los ruidos de la habitación vecina. Pero como siento que se me cansa el alma sin lograr nada, ahora la fuerzo, por el contrario, a esa distracción que antes le negaba, a pensar en otra cosa, a reponerse antes de la tentativa suprema. Y luego, por segunda vez, hago el vacío frente a ella, vuelvo a ponerla cara a cara con el sabor aún reciente del primer trago de té y siento estremecerse en mí algo que se agita, que quiere elevarse; algo que acaba de perder anda a una gran profundidad, no sé el qué, pero que va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las distancias que va atravesando.Indudablemente, lo que así palpita dentro de mi ser será la imagen y el recuerdo visual que, enlazado al sabor aquel, intenta seguirle hasta llegar a mí. Pero lucha muy lejos, y muy confusamente; apenas si distingo el reflejo neutro en que se confunde el inaprehensible torbellino de los colores que se agitan; pero no puedo discernir la forma, y pedirle, como a único intérprete posible, que me traduzca el testimonio de su contemporáneo, de su inseparable compañero el sabor, y que me enseñe de qué circunstancia particular y de qué época del pasado se trata.¿Llegará hasta la superficie de mi conciencia clara ese recuerdo, ese instante antiguo que la atracción de un instante idéntico ha ido a solicitar tan lejos, a conmover y alzar en el fondo de mi ser? No sé. Ya no siento nada, se ha parado, quizá desciende otra vez, quién sabe si tornará a subir desde lo hondo de su noche. Hay que volver a empezar una y diez veces, hay que inclinarse en su busca. Y cada vez esa cobardía que nos aparta de todo trabajo dificultoso y de toda obra importante, me aconseja que deje eso y que me beba el té pensando sencillamente en mis preocupaciones de hoy y en mis deseos de mañana, que se dejan rumiar sin esfuerzo.Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdelena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria, no sobrevive nada y todo se va disgregando! ¡Las formas externas también aquélla tan grasamente sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos, adormecidas o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdelena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el porqué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té."

Marcel Proust, (Por el camino de Swann) En Busca del tiempo perdido.

12 comentarios:

Patricia dijo...

Comprendo que no se pueda considerar arte a la magdalena, a pesar de que sí creo que se pueda hacer arte alimentario, pero no comprendo porqué no puede ser una experiencia estética el comerse la magdalena.
Es una experiencia que afecta a nuestros sentidos, y a partir de la cual se puede crear arte, como hace el propio Proust al escribir estas palabras.

Ramón Román Alcalá dijo...

Tú misma lo has dicho al escribir esas palabras se consuma la experiencia estética. Lo estético tiene una función mediadora en este caso de la comida. La experiencia estética es la aprehensión o apropiación de los objetos como fenómenos sensibles a través de las maneras en las que nuestro psiquismo es afectado por ellos, de nuestro modo de sentirlos, percibirlos pensarlos o interpretarlos.

Unknown dijo...

Pilar
Proust a traves de los sentidos (la magdalena con el té)despierta sus recuerdos de la infancia dormidos. Una experiencia estetica a traves del sentido del gusto.

Jocelyn dijo...

Me siento que algo que se influye su sentidos es una experiencia estética. Muchos veces cuando yo comía, tuve emociones fuertes.

Esther dijo...

ésta es mi cita favorita:

" . . . cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más . . . "

lo que toca a nuestros sentidos no se apaga, sino que se quede con nosotros con más fuerza que algo concreto.

Maria dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Maria dijo...

Pero entonces ¿una experiencia estética podría convertirse a su vez en una obra de arte?

Danielle Ferry dijo...

Cada día, hay cosas que hacen las personas que no son nuevos, y que no provocan emociones. Pienso que estas cosas pueden ser experiencias estéticas porque les permiten libertad a su mente. Cuando me cepillo los dientes, puedo pensar en otras cosas, en mi día, en mi vida, y en otras experiencias emocionantes (bien el ejemplo pero aquí no hay interacción con la pasta dentrífica sino con las imágenes de tu mente). Es lo misma cuando alguien bebe té. Puede imaginar, pensar, o ser inspirada por algo banal. Eso es una experiencia estética.

Anna McCarthy dijo...

Como Danielle escribió, también creo que una experiencia estética puede ser provocada por algo trivial. Sin embargo, esa experiencia especial debe empezar con algo relacionado con la acción que estás haciendo, o el objeto al que estás mirando. En este caso, Proust escribe que la magdalena y el té comenzaron una reacción emocional y sensorial. El intelecto no necesariamente tiene que estar involucrados; a veces, una experiencia estética es sólo un sentimiento, y no necesita una descripción concreta.

Claire Shea dijo...

No creo que se puede clasifica cada experiencia estética como arte. Por ejémplo, no creo que el consumo de la magdelena es arte, aunque era una experiencia muy fuerte y estética para Proust. Quizás uno de los requisitos para ser arte, en vez de solo una experiencia estética, es que la experiencia tiene que ser disponible a otros. Es decir, una obra o experiencia puede ser arte si más que una persona pueda experimentarla. Yo podría clasificar una película o una canción como arte porque es una experiencia estética para mi, y porque otros pueden experimentarla como una experiencia estética. Entonces, quizás quiero decir que el arte tiene que ser compartido. Si tengo una canción en mi mente, es arte? Creo que es necesario que sea disponible a otros para ser arte.

anGie dijo...

Pero el hecho de que sea una experiencia estética no quiere decir que se tenga que convertir necesariamente en una obra de arte, puede ser sencillamente, como le ocurre a Proust con la magdalena, o como nos puede ocurrir a cualquiera con una canción, una película... una experiencia única y personal que sólo mediante la explicación se pueda llevar a los demás, y aun así nadie podrá experimentar los mismos sentimientos con un mismo objeto, por mucho que se intenten explicar.

Rachel_Khrönen dijo...

Me parece que este texto expresa de forma muy clara ese sentimiento o sensación que le pasa a todo el mundo alguna vez en su vida, pero que la gente no se para a pensar casi nunca o no saben expresar con claridad por qué les gusta una cosa y no otra, puesto que es tarea harto difícil crear o llegar a sentir experiencias estéticas.
Ante todo, estoy segura de que una experiencia estética es algo que no se puede controlar, ni manipular. Es totalmente personal, tanto es así, que nadie puede sentir la misma experiencia estética igual que otra persona, por ello es para mí un sentimiento muy valioso que no había clasificado ni dado nombre nunca.